miércoles, 16 de julio de 2008


¿Qué tan dispuestos estamos a sufrir por alguien? ¿Cuál es el límite? La respuesta es personal. La egoísta sensación de merecer que surge por el hecho de dar, no es siempre egoísmo o generosidad, sino auténtica dignidad. Cuando damos lo mejor de nosotros mismos, cuando decidimos compartir nuestra vida, cuando abrimos nuestro corazón, cuando perdemos toda vergüenza, cuando los secretos dejan de serlo, al menos merecemos comprensión, existe merecimiento. Por supuesto que merecemos en virtud de honesta dignidad. Que se menosprecie, ignore, olvide o desconozca fríamente el amor que regalamos a manos llenas es desconsideración, vileza del ser, o, en el mejor de los casos, ligereza. Cuando amamos a alguien que, además de no correspondernos, desprecia nuestro amor, estamos en el lugar equivocado. Definitivamente, esa persona no se hace merecedora del afecto que le damos. Con una nueva conciencia la disyuntiva empieza a dejar de serlo, la cuestión empieza a hacerse clara y transparente, obvia: si no me siento bien recibido en algún lugar, empaco y me voy. Nadie de corazón sensato se quedaría tratando de agradar o disculpándose por no ser como les gustaría a los otros que fuera. R.W. Emerson lo expresó de sublime manera: “La verdad es más hermosa que el fingimiento del amor”. En cualquier relación de pareja que tengas, no te merece quien no te ame, y menos aún, quien te lastime. Incluso, si alguien te hiere reiteradamente sin “mala intención” es posible que te merezca, pero en verdad no te conviene. Definir tus límites, es el mejor modo de conservar tu Emoción por Existir.